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Quesos para llegar a Navidad

La Navidad no empieza el 24, aunque los anuncios insistan. Empieza antes. A veces, en noviembre. A veces, en la cocina. A veces, en ese silencio que se instala cuando el frío llama a la ventana y tú decides poner una olla a hervir y un queso en la tabla.

Yo siempre he creído que las cosas buenas se esperan mejor si hay queso por medio. Por eso me gusta diciembre. Porque es un mes que invita a eso: a la espera con sentido. a abrir cada día como quien abre una tabla de quesos distintos: algunos suaves, otros intensos, alguno que ni sabías que te iba a gustar.

Si tuviera que imaginar un calendario de Adviento perfecto, no tendría chocolatinas. Tendría quesos. Uno por día.

La Navidad empieza cuando bajamos del desván las cajas polvorientas. Cuando repetimos por quinto año que “este año no me voy a liar con la cena” y sabemos que es mentira. Cuando escuchamos el primer villancico sin querer poner los ojos en blanco.

Pero también empieza con otras cosas, con el reencuentro con lo lento, con la vuelta al pan de verdad. Con esa llamada que llevabas meses posponiendo, con el primer queso añejo del invierno que se parte con cuidado.

Diciembre no se vive. Se degusta.

No todos los días de diciembre son fiesta. Hay lunes con ojeras, jueves con prisas, domingos que parecen miércoles. Pero si te dejas llevar, hay algo bonito en abrir cada día como quien abre una cuña distinta. Como si el mes fuera una tabla de quesos emocional.

Un día uno suave. Otro con moho. Otro que pica. Otro que sorprende.

Y así, entre uno y otro, vas entendiendo el mes.

🧀 Hay días que curan, como los quesos añejos. Te hacen falta. Aunque sean fuertes. Aunque te piquen un poco. Son esos días en los que creces por dentro, aunque no lo notes al momento.

🧀 Días que se deshacen, con quesos cremosos, de los que se escapan por los bordes. Días blandos, de sofá, de mantita, de no querer moverse mucho. Y también esos en los que lloras sin saber por qué. Y está bien.

🧀 Días con hongos buenos, esos días raros que al principio huelen extraño, pero luego descubres que guardan matices. Que eran necesarios. Que lo que parecía un defecto, era carácter.

Los calendarios de Adviento (los de verdad, no los de cartón) no son para tachar los días. Son para saborearlos. Para descubrir que esperar no es perder el tiempo. Es madurar.

Como el queso. Porque la buena leche, sin tiempo, no es nada. El moho, el frío, el silencio y la humedad no son enemigos, sino aliados. Porque hay que tener fe en lo que no se ve.

Igual pasa con diciembre. Es un mes que trabaja por dentro.

Al final, todos maduramos un poco, y llega el 24. Miras atrás, y piensas: no ha estado tan mal, ha habido días para todos los gustos. Como en una tabla buena. Como en una cava. Como en la vida.

Y entiendes que tú también has cambiado. Que algo se ha afinado dentro. Que estás distinto.

Más intenso. Más sensible. Más tú.

quesos navidad, quesos cena navidad MARIDA Y VENCERAS, el queso y la vida se entienden a la primera.
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