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Otoño y queso: sabores que abrigan

Otoño y queso

Otoño y queso: sabores que abrigan.

Hay un momento en el año en que el sol ya no abrasa. Un momento en el que las hojas empiezan a crujir bajo los pies, los higos caen sin hacer ruido y la gente del pueblo (de mi pueblo, Lumbrales) comienza a hablar de “ponerse la chaqueta por las tardes”, porque “ya refresca por las tardes, ¿eh?”. A ese momento lo llamamos otoño, no aparece de golpe, aparece poco a poco y donde más se nota es en la mesa.

Se cuela por la rendija de la cocina, aparece en la forma en que humea el café, en la primera chaqueta que uno saca sin ganas pero con alivio. Y si te fijas bien, donde antes había ventiladores y sandía, ahora hay nueces, calabaza, pan de horno… y queso.  Del nuevo.

Nos pasamos todo el verano corriendo. Yendo y viniendo, organizando, disfrutando a ratos, sobreviviendo otros. Septiembre aún tiene algo de ese vértigo, y de pronto, septiembre se va y octubre aparece para quedarse. No hace falta que traiga nada. Su sola presencia ya lo cambia todo. Otoño es ese momento de pausa donde se huele una sopa desde la puerta… y se agradece tomar cosas calentitas.

queso en otoño

En mi tierra, Lumbrales, octubre es tiempo de recogida, del campo, de volver a poner orden, de volver a comer con mantel. Y de volver a mirar los productos con respeto. Nada de “comer lo primero que pilles”. Aquí, en otoño, el queso se sirve como si fuera misa de domingo.

Y lo entendemos así, porque todo se vuelve más sagrado. La luz más dorada, el silencio más necesario, el fuego más amigo y la cuchara más nuestra.

A veces me preguntan por qué me gusta tanto esta estación. Y yo creo que es por eso: porque se nos permite volver al tiempo de comer con las manos, de pelar nueces mientras se charla, de hablar menos de calorías y más de calor humano. Porque volvemos a las recetas, a aquellas de compartir entre madre y abuela sus trucos. Al queso de siempre cortado con navaja y el pan que cruje.

El otoño es esa estación en la que la vida baja el volumen. No se apaga, no se enfría: solo baja un poco la voz. Para que podamos escuchar lo que hay debajo. 

Y entonces ocurre lo mejor: dejamos de hacer tanto y volvemos a ser.

Por eso me gusta decir que yo otoño. Que tú otoñas. Que nosotros otoñamos.

Otoñar no está en la RAE, pero debería: – otoñar. Verbo inventado para los que saben recibir el otoño con los brazos abiertos y la nevera llena de cosas buenas. – Queso curado, manzanas, nueces, pan, miel, una copa de vino… Y tiempo. Tiempo para saborear.

Otoñar es vivir despacio sin pedir permiso.

Y en este mundo que acelera, eso ya es un acto revolucionario.

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