


Hay combinaciones que no fallan, el queso con pan, el verano con siestas, un vino que abraza sin empujar o esa persona que sabe cuándo guardar silencio… y cuándo romperlo con una carcajada.
En mi opinión, maridar no es cosa de etiquetas ni de manuales. Es algo más íntimo, más nuestro, como cuando te sirves una cuña de queso y sabes con qué vino abrirla, qué canción poner de fondo y con quién compartirla. Eso, amigos, es maridar.
Hace años, en una feria, me preguntaron cuál era el mejor maridaje para un queso añejo. Y respondí sin pensar: “una buena conversación y pan de pueblo”. Se me quedaron mirando raro, como si esperasen que dijera un tinto de reserva. Que también, no lo niego, pero si algo me ha enseñado el queso es que no hay combinación más acertada que la que nace del momento.
Porque maridar no va solo de sabor, va de memoria, va de emoción, de emoción de verdad, maridar va de cuando te das cuenta de que ese queso te recuerda a tu abuelo, a las meriendas con pan y chocolate, al silencio del campo antes de la tormenta.
Los buenos maridajes no se imponen, se descubren, muchas veces por azar, otras, por intuición. Es como cuando conoces a alguien y en vez de chocar, encajáis. Así pasa con ciertos quesos y ciertos vinos. Y con las personas también. Yo creo que maridar es también una manera de escuchar al producto. De preguntarle: “¿Con quién te llevas bien?”. Y dejar que te lo diga.
Algunos de los maridajes que más me atraen y me hacen feliz, no es porque sean los mejores, sino porque me han acompañado en momentos importantes, o porque me reconcilian con la vida, para que os hagáis una idea, algunos de ellos podrían ser el queso tierno y miel, la dulzura suave, esa que no empalaga pero está ahí. El queso tierno de oveja de Quesería La Antigua, con su textura suave y sabor delicado, encuentra en la miel de retama el contrapunto perfecto. Sus notas florales y dulces realzan la frescura del queso sin eclipsarlo. Juntos crean un maridaje armonioso y natural, ideal para paladares que buscan sutileza.
El queso curado y pan de pueblo, un clásico de los de verdad, de los de antes, el que nunca falla. Con el queso y el pan de pueblo se comparten el origen, la sencillez y el alma. Juntos crean una combinación honesta, sin artificios, que sabe a hogar. El pan resalta la cremosidad del queso y el queso potencia el sabor del pan. Es como una tradición que nunca falla.
Y si hay una ocasión especial, un queso con trufa y vino tinto, que haya intensidad, elegancia y conversación pausada. El queso de oveja curado al tartufo encuentra su pareja ideal en un vino tinto elegante. Los taninos suaves y notas terrosas del vino realzan la intensidad del queso y el aroma profundo de la trufa. Un maridaje intenso, armónico y lleno de carácter.
Pero más allá de qué pongas en la tabla, lo importante es a quién invitas a sentarse. Porque hay quesos que ganan al lado de ciertas personas. Y vinos que no saben igual si no se brindan con alguien especial.
Hoy quiero haceros reflexionar y preguntaros ¿Y si maridar fuese también una forma de vivir?
Quizás maridar no es solo un arte culinario, sino una forma de entender las cosas, es encontrar qué suaviza tus aristas. Qué te acompaña sin cambiarte. Qué te potencia sin robarte el protagonismo.
Y en ese sentido, todos buscamos nuestro mejor maridaje, puede ser una amistad, una pareja, un trabajo que te deja respirar, un lugar donde las cosas encajan sin esfuerzo.
Maridar, al fin y al cabo, es buscar armonía sin perder identidad. Como el queso con la miel, como el pan con el aceite, como tú con eso que te hace bien.
Y si un día tienes dudas de qué poner en la mesa, recuerda: un buen queso, un poco de pan… y la persona adecuada.

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